lunes, 6 de agosto de 2012

Francisco de Quevedo





En una España en crisis profunda, parece que la visión trágica sobre su patria que llegó a tener Don Francisco de Quevedo, toma de nuevo actualidad. Años y años de mediocridad, de vulgaridad, de premiar las actitudes más vanas y onerosas para todos, nos conducen a una nueva caida en desgracia de una nación que ya sabe con amargura lo que es eso, pasar de estar en la cima de su gloria al abismo de su declive. Dejemos de premiar al torpe, al holgazán y al corrupto, premiemos el esfuerzo, la productividad y la integridad y tal vez y pese a lamentarnos como Quevedo, recuperemos el brillo, esplendor y orgullo de sentirnos de aquí, de España..., una gran nación.


Francisco Gómez de Quevedo y Villegas, hijo de Pedro Gómez de Quevedo y Villegas y de María Santibáñez, nació en Madrid el 17 de septiembre de 1580 en el seno de una familia de la aristocracia cortesana. Una de las figuras más complejas e importantes del Siglo de Oro español.

En Madrid cursó sus primeros estudios en el Colegio Imperial de los jesuitas; —hoy Instituto de San Isidro— y después en la prestigiosa universidad de Alcalá de Henares; después cursó estudios de teología en la Universidad de Valladolid (1601-1606).

Hombre de acción envuelto en las intrigas más importantes de su tiempo, era docto en teología y conocedor de las lenguas hebrea, griega, latina y modernas. Destacaba por su gran cultura y por la acidez de sus críticas; acérrimo enemigo personal y literario del culterano Luis de Góngora, el otro gran poeta barroco español.

El año 1606 vuelve a su Madrid natal en busca de éxito y fortuna a través del duque de Osuna que se convierte en su protector; también entabla un pleito por la posesión del título nobiliario del señorío de La Torre de Juan Abad, —pequeña villa dependiente del municipio de Villanueva de los Infantes (Ciudad Real) al sur de La Mancha—. Se traslada a Italia en el año 1613, llamado por el duque de Osuna, entonces virrey de los reinos de Nápoles y Sicilia, el cual le encarga importantes y arriesgadas misiones diplomáticas con el fin de defender el virreinato que empezaba a tambalearse; entre éstas intrigó contra Venecia y tomó parte en una conjura. El duque de Osuna cayó en desgracia en 1620 y Quevedo fue arrastrado en la caída y desterrado a sus posesiones de La Torre de Juan Abad, después, sufrió presidio en el monasterio de Uclés (Cuenca) y arresto domiciliario en Madrid. Por defender con virulencia la propuesta que el Apóstol Santiago fuese elegido el patrón de España, en pugna con los carmelitas que proponían a Santa Teresa, se vuelve a ver Quevedo castigado al destierro de nuevo en La Torre de Juan Abad. Esta etapa azarosa y desgraciada marcó todavía más su carácter agriado y además entró en una crisis religiosa y espiritual, pero desarrolló una gran actividad literaria. Con el advenimiento del reinado de Felipe IV cambia algo su suerte; el rey le levanta el destierro pero el pesimismo ya se había apoderado de él.

Su matrimonio con la viuda Esperanza de Mendoza (1634) tampoco le proporcionó ninguna felicidad al gran misógino y se separó de ella a los pocos meses.

De nuevo se siente tentado por la política, pues ve el desmoronamiento que se está cerniendo sobre España y desconfía del conde-duque de Olivares, valido del rey, contra quien escribió algunas diatribas amargas. Más tarde, por un asunto oscuro que habla de una conspiración, es acusado de desafecto al gobierno, y es detenido en 1639 y encarcelado en el monasterio de San Marcos (León), prisión tan miserable y húmeda, que provoca grandemente la merma de su salud.

Cuando es liberado, en 1643, es un hombre acabado y se retira a sus posesiones de La Torre de Juan Abad para después instalarse en Villanueva de los Infantes donde el 8 de septiembre de 1645 murió.

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Cuadro Román Francés
Cuadros Daniel F Gerhartz y Maria Amaral


Cuadros Daniel F Gerhartz y Maria Amaral
Cuadro Maria Amaral

Cuadros Ricardo Sanz y Maria Amaral
Cuadro Ricardo Sanz
Cuadro Ricardo Sanz
Cuadros Ricardo Sanz y Maria Amaral
Cuadro Román Francés
Cuadro Román Francés
Cuadro Ricardo Sanz




Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes ya desmoronados
de la carrera de la edad cansados
por quien caduca ya su valentía.
 
Salíme al campo: vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados
que con sombras hurtó su luz al día.
 
Entré en mi casa: vi que amancillada
de anciana habitación era despojos,
mi báculo más corvo y menos fuerte.
 
Vencida de la edad sentí mi espada,
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.

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I saw the ramparts of my native land
One time so strong, now dropping decay,
Their strength destroyed by this new age's way
That has worn out and rotted what was grand.

I went into the fields; there I could see
The sun drink up the waters new thawed;
And on the hills the moaning cattle pawed,
Their miseries robbed the light of day for me.

I went into my house; I saw how spotted,
Decaying things made that old home their prize;
My withered walking-staff had come to bend.

I felt the age had won; my sword was rotted;
And there was nothing on which to set my eyes
That was not a reminder of the end.
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2 comentarios:

  1. ..." y no hallé cosa en que poner los ojos
    que no fuese recuerdo de la muerte"... impactante! Tu presentación con las palabras de Quevedo debería llegar hacia más arriba, a los dirigentes de este país, para que reflexionen... para que al final no nos quede el recuerdo de la muerte...Gracias, Carlos

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  2. Great presentation,as I mentioned before I'm convinced that the situation
    in your beautiful country will improve.Bravo Carlos..Hugs.

    La gran presentación, cuando mencioné antes de que yo sea convencido que la situación
    en su país hermoso mejorará. Bravo Carlos.. Abrazos.

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